Hace poco vi un cadaver tirado en el suelo, junto a una heladería. Tenía un rostro singular, inolvidable, sumamente rojo por las tantas horas que seguramente llevaba ahí, a pleno sol. Las diferencias entre alguien intoxicado o sedado y alguien muerto son muchas, todas, es de inmediato que uno se da cuenta cuando es un muerto, no sé bien por qué, sólo sé que, aún en el semblante de alguien dopado o dormido, se percibe vida, esa especie de latido más allá de lo evidente, pero este cuerpo tirado en el suelo no tenía eso, era un cadaver con una fea belleza, intrigante pero bello, deshauciado pero bello, humano y bello. Desde entonces he pensado recurrentemente en cómo seré como abuelo, no entiendo bien la hilación, yo no ligo la vejez con la muerte, pero así es el pensamiento. Y los cara-a-cara con la muerte.