18 diciembre 2005



Desde que vi en la película de Al Diablo con el Diablo (Bedazzled, 2000, Dir. Harold Ramis) aquella escena donde el personaje de Elliot Richards (un desesperado empleado mediocre lacerado por el amor no correspondido, interpretado por Brendan Fraser, que realiza un pacto con el diablo (Elizabeth Hurley) para poder conquistar a su amada) comienza a llorar inconsolablemente por el ocaso que en ese momento está viendo frente a la playa, debido a lo Sensible que es (en uno de los hechizos que el diablo concede buscando que Elliot sea el hombre perfecto), me prometí no volver a derramar una lágrima frente a escenarios naturales de esa y otras clases: el amanecer en el bosque, la noche encima de la ciudad, los viajes por carretera y el desfile de la cordillera a lo lejos con esas largas parcelas, el sonido de las olas del mar entregándose a la arena. Claro que tal promesa era en broma, como la escena de la película también es en broma, la verdad nunca he llorado sin consuelo frente a algún paisaje que no sea mi cuerpo tirado luego de un accidente con un chichón en la cabeza y una lesión de por vida en la espalda. Sin embargo sí me ha ocurrido que algún paisaje me ha dejado la urgencia de no ser yo, de estar en otro lugar que en ninguna parte del planeta existe, me ha dejado ese sabor en el estómago, el corazón o la memoria (ahí donde muchos han encontrado al alma, al espíritu, a la intuición, a la mente, a la cosa sagrada, a la cosa no-entendida) de plenitud y absoluto, ese sabor de lo no-razonado, de lo que no se puede explicar, tan equivalente al de la cúspide bajo las sábanas con la persona que más has amado en tu vida, incluso al de la alegría más profunda de cuando éramos niños, esos muy breves instantes de arrebato, de pasión, de pérdida de conciencia por unos segundos donde la felicidad o la melancolía (¿edénica?) ataca en pleno.

Un momento así se repite diario durante diciembre en casa de mi madre. Llegado el atardecer, por la ventana se puede ver la mutación de los colores en el escenario del cielo, los morados, naranjas, rojos, azules se mezclan entre sí dejando una sensación de tristeza, amor, infinitud, todo ello maximizado por una fábrica que está a lado que queda en contraluz. Esta casa es un departamento ubicado en un conjunto habitacional de seis edificios, mi madre vive en el último, teniendo la peculiaridad de que la unidad está construida de manera diagonal de acuerdo al flujo de la calle donde está situada, o sea que por las ventanas de cada departamento de los seis edificios, la ciudad se ve bajo una perspectiva isométrica. Así es como se ve la fábrica de a lado cada ocaso decembrino (por alguna razón la luz llega distinto en éstas épocas, sin dejar de lado que en diciembre es fácil también que todos cambiemos de perspectivas, de maneras de mirar), no de frente o de costado sino inclinada, como con un punto de fuga.

En este departamento viví hasta los 20 años, desde siempre recuerdo cómo me quedaba viendo por la ventana de la sala hacia el cielo mientras pasaba el atardecer, siempre me hechizó ese instante. Ayer fui y lo volví a ver... Y no quiero que esa imagen se me pierda, por eso este testimonio, más para mi memoria que por otra razón.

También vi otro hermoso espectáculo: una mosca se paró en la punta de la antena de un Chrysler Spirit abandonado. Estaba con Claudia en el carro de mi mamá, esperando que saliera de comprar algunas cosas de un mercado, viendo precisamente la antena del carro de a lado, el Spirit blanco empolvado, cuando de pronto llegó la mosca a toda velocidad a detenerse justo en la punta de la antena, que no sé si se han fijado que casi siempre están cubiertas por una bolita (siempre que la veo pienso en Homero Simpson), y se quedó ahí un buen rato.


Y no sé por qué me gustó tanto esa imagen.

Y no sé qué tan fieles a las imágenes sucedidas han sido estas palabras, nunca he hecho buenas crónicas, soy malo en las descripciones, mejoro un poco cuando se trata de ficción.

9 comentarios:

Mariana dijo...

A mi me agrada la manera como matizas cada instante, lo haces mas cercano y menos ajeno, tus memorias siempre son dignas de leer y releer...

Saludos XD

Laura dijo...

En 1998, estando en NY fui a ver The Phantom. Luego del musical, cuando se prendieron las luces, me puse a llorar desconsoladamente.
No fue a causa de la historia o de alguna emoción que me hubiese suscitado el espectáculo. Al menos no recuerdo o tengo consciencia de que haya sido por algo en particular. Pero me ví desbordada y llore hasta que no quedó nadie en la sala.
Fue catártico.
Así es el llanto. Una liberación.
Desde ese día no lloré desconsoladamente, como en esa oportunidad, nunca mas.

Bello blog

Saludos

Moni dijo...

Me gusta cómo me llenas de imágenes y de esa mezcla de colores para un hermoso cielo...
Abrazos, montones de abrazos... aunque no lo parezca, aqui sigo...

Pilar dijo...

Que bueno que fuiste a buscar tu regalo a mi blog!!, no he podido ir a los blogs de todos mis amigos, este mes es una locura, pero una locura mágica y linda, me encanta la navidad.
Cariños para ti y tu familia Alberto, nos vemos.-

GISOFANIA dijo...

tenés razón. no sos bueno describiendo estados espirituales.
sos un encanto, Alberto.

Luminoso Nacimiento para vos y tu familia...

Anónimo dijo...

Pues bastante bien descrito eeh?? Me lo imaginé.. je felicidades.

A mi los atardeceres me encatan, igual me dejan como hechizada.. hay gente que pasa y ni cuenta se da.. les vale. y ahí me quedo yo pensando en no se qué .. pero me encanta...

Ya estoy de vuelta! saluditos!! FELIZ NAVIDAD!!

Anónimo dijo...

como repercuten en nosotrs las diversas interpretaciones ante el conocimiento directo del mundo, lo q uno valora más a otro es desencuentro...quien en una isla desierta encuentra un libro es una forma de encaminarse o desencaminarse a establecer una nueva relación con uno mismo y con el resto del mundo..salud

இலை Bohemia இலை dijo...

Que entretenido tu post!!

Sabes? Me has hecho recordar esa peli y la gracia que me hizo ese personaje tan endiabladamente sensible...

Saludos!

desiree dijo...

yo tengo la vista a una ventana que da a una torreta telefonica... ahora que ya es enero y los dias empiezan a hacerce amarillos no parece tan nostalgica... cuando ando optimista (o ilusamente fantasiosa o hastiadamente simple) pienso que es la torre eiffel con una palmera al lado...